Sobre cómo salir de la crisis: una vía alternativa

Publicado el 23 de julio de 2012 a las 7:13


Mariano leyó una vez más el memorándum. Al llegar su fin, dejó caer el liviano documento, apenas tres folios a doble espacio, sobre la mesa de caoba. La tibia luz del atardecer se colaba entre las cortinas de su despacho en Moncloa y por unos instantes se dejó llevar por la calidez de los tonos ocres que inundaban la sala. No pudo evitar retrotraerse a épocas más sencillas, no tan lejanas, cuando era ajeno a la responsabilidad que ahora le apresaba.  Sentía su peso cada segundo del día, hasta el extremo de que no eran raros los momentos en los que le embargaba un temor pavoroso que le robaba hasta el mismo aire que debía llegar a sus malogrados pulmones. Sólo al pensar en ello tuvo que aflojarse el nudo de la corbata. Buscó en el segundo cajón de la mesa la pitillera. Hacía ya meses que había vuelto a fumar. Hoy eran ya casi tres cajetillas diarias. Se levantó al tiempo que encendía su mechero. Dio la primera calada, lenta, profunda, cuando se encontraba ya junto a la ventana. Retiró lentamente la cortina. Siguió con su mirada unos segundos el ir y venir de los agentes de seguridad. Terminó de apurar el cigarrillo. No había otra opción. Lo habían intentado todo para fracasar una y otra vez. No había otra salida para el país. Sonaba a una locura. Probablemente lo fuera. Nadie lo entendería, no esperaba vítores. Su nombre, su reputación, todo lo que había conseguido a los largo de toda una vida de duro trabajo, desaparecería en un abrir y cerrar de ojos. Habrían de pasar años hasta que se hiciera justicia a su sacrificio. O al menos en ello confiaba.

No tenía sentido esperar más, la situación era desesperada. España zozobraba sin rumbo y que definitivamente se fuera a pique era cuestión de semanas, quizá de días. Se dejó caer en el sillón de cuero y jugueteó brevemente con la estilográfica antes de descolgar el teléfono.

– Bea, ponme por favor con Zarzuela. Inmediatamente.

Repasó una vez más el proyecto. Lo había hecho mil y una veces. Otras tantas lo había discutido con su círculo más próximo. Y otro tanto con Su Majestad. Se había mostrado comprensivo. Para él sería especialmente duro, al fin y al cabo se le acababa una bicoca de muchos años.

La operación debía completarse en tan sólo tres días. Esta misma tarde activarían el protocolo Chucrut. En unas horas, fuerzas especiales del ejército tomarían por sorpresa las principales instalaciones turísticas de Mallorca e Ibiza. A las 12:35, coincidiendo con la apertura de los buffets de los hoteles de la zona, identificarían y retendrían a todo ciudadano alemán al que pudieran echar el guante. Quince minutos después España declararía oficialmente la guerra a Alemania.

Si todo funcionaba conforme al plan previsto, Ángela reaccionaría con virulencia. De las protestas en Bruselas y en la sede de Naciones Unidas en Nueva York pasaría en breves horas a movilizar su ejército. La guinda sería la orden de nacionalización de todos los concesionarios Audi-Volkswagen del país. Con ello, la intervención militar germana estaba asegurada.

La propia canciller comunicaría protocolariamente en el Bundestag el inicio de las hostilidades. Media hora después, sin dar tiempo a que el primer soldado alemán terminara de empaquetar, Mariano anunciaría la liberación de los rehenes (para entonces, al borde del coma etílico tras casi 48 horas de barra libre a cargo de los exiguos presupuestos del estado en varios locales selectos de la noche ibicenca), la rendición incondicional del país y su resignación a que España fuera anexionada a Alemania como decimoséptimo estado de la república federal.

Podía imaginar la cara de sorpresa de Ángela ante este giro inesperado, pero los servicios de inteligencia estaban firmemente convencidos de que no podría resistirse a la tentación de tragar; al fin y al cabo lo de los aires imperiales y de conquista lo llevan en la sangre.

Aprender alemán pasados los cincuenta sería jodido, para qué negarlo. Pero si esto no lo arreglan ellos, no hay dios que lo haga.

El teléfono soltó un chasquido.

– A ver Charlie, ¿recuerdas aquello que te comenté el otro día? No, lo de irnos de safari no, lo otro.

PD: Basado en un chascarrillo a la vera de una paella de primera en casa de Santi&Laura.